martes, enero 29

 

Violetas


En el camino de la casa de mi abuela (la mamá de mi papa) a casa de la Martita (la mamá de mi mamá) había una casa que en el antejardín de la calle estaba llena de violetas.

Yo tenía entre 4 o 5 años y por el camino recolectaba siempre flores para llevarle a la Martita (la más querida), porque ella las ponía en su velador junto a una imagen de la Virgen María.

Y las violetas eran mis preferidas. Tenían un olor que llenaba la habitación.

Llegaba sigilosa a la casa de las violetas y me arrodillaba a cortarlas. Y sacaba muchas. Varias veces la dueña de la casa me pilló con las manos en la masa (o en la tierra), y hacia como que se enojaba porque ella quería mucho a sus violetas. Yo prometía no volver a sacarlas. Promesa incumplida siempre que había alguna violeta florecida. Después supe que la señora disfrutaba mucho conmigo y que me esperaba para hacerse la enojada.

Me gustaban las violetas en especial, porque a la Martita le gustaban mucho. Y si ella era más feliz, yo era más feliz.

Hoy esa casa ya no tiene violetas. Tampoco esta la señora que las cuidaba y tampoco esta la Martita.

Tampoco yo corto flores.

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